Aún recuerdo las historias sobre los fuertes y valerosos Guanches que mi tío Manolito nos contaba a todos sus sobrinos en la playa de La Punta del Hidalgo durante las frecuentes "chuletadas" familiares. Cuando ya caía el sol y aparecían las sombras de la noche, nos reunía a todos a la luz de un farolillo (en parte porque era una playa de piedra y era peligroso que estuviéramos jugando libremente por ahí a oscuras, y en parte porque le encantaba) y comenzaba con esas narraciones que aún hoy en día conservo en mi mente y que en ocasiones comparto con la gente a la que aprecio y que pienso compartir con mis sobrinos (cuando sean mayores) y mis hijos (cuando los tenga). La leyenda de "los dos hermanos", de "Gara y Jonay" o el "árbol Garoé" que han pasado de generación en generación hacen que el recuerdo de mis ancestros y sus gestas sobrevivan al tiempo.
Pero no sólo recuerdo las historias de mi tío Manolito, también recuerdo algunas historietas que mi madre me contaba a la hora de comer, la mayoría eran inventadas sobre la marcha, en un intento para que yo dejara de rechazar la comida que me habían puesto y me la comiera toda, casi siempre trataban sobre niños y niñas que pasaban faltas de alimentos o que se alimentaban muy bien y acababan convirtiéndose en grandes y fuertes hombres y mujeres.
También recuerdo aquellos cuentos populares que siempre transmitían alguna enseñanza o "moraleja", "los tres cerditos" o "la cigarra y la hormiga", en las que aprendí que mejor trabajar duro y luego descansar, que trabajar lo mínimo y que no sirva a mis propósitos, por ejemplo. El cuento de "la sopa de hacha", en el que aprendí que es mejor compartir con los demás, no vaya a ser que aparezca un pícaro rencoroso y por avaricioso me robe sutilmente y sin que me de cuenta. "Caperucita Roja", que me enseñó aquello de no hables con extraños, o por lo menos no les des demasiadas explicaciones porque nunca sabes con quien hablas, etc. Y como éstos tantos y tantos cuentos, que en muchos casos, no sabría contar toda la historia, o bien no recuerdo.
Hoy en día hemos olvidado y quitado importancia al valor de los cuentos como transmisor de valores y normas sociales, en muchas ocasiones los relegamos al plano de entretenimiento de los niños y niñas o del desarrollo de la creatividad, y en muchas ocasiones nos resulta mucho más cómodo y sencillo sustituirlos por películas en el que se da todo hecho, la imagen de los personajes, los paisajes que describen, una moraleja que los niños y niñas no terminan de descubrir porque se pierden en las acciones y las imágenes de los personajes, etc. El hecho de compartir un rato estableciendo un vínculo afectivo entre el niño y el adulto, ir descubriendo sencillos códigos de conducta y respeto referidos a escuchar cuando otro habla, guardando el turno de palabra, a colaborar con el narrador a construir la historia, a desarrollar y ampliar el lenguaje, la creación de una atmósfera adecuada para contar y escuchar el cuento, son aspectos que en ningún caso una película puede ofrecernos y que estoy más que seguro que los niños y niñas recordarán con mucha más intensidad, cariño y gratitud que cualquier película que podamos ofrecerles.
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