¿Pero qué hay con esa sinceridad que cada persona se debe a sí misma y que en demasiadas ocasiones dejamos aparcada detrás de nuestros intereses cualesquiera que sean? ¿Cuantos mayores inculcan a los niños y niñas el valor de ser sincer@s consigo mism@s, la autorreflexión sobre sus actos o sus palabras?. Hoy en día los mayores nos hemos olvidado de esa sinceridad que nos debemos a nosotros mismos, no pensamos en la repercusión que nuestras acciones o palabras puedan tener, porque casi siempre están supeditadas a nuestros deseos e intereses. Solemos felicitarnos por nuestros avances, por nuestros logros y en ocasiones, nos regodeamos en demasía en ellos por mínimos que sean, pero nunca solemos preguntarnos ¿realmente estoy contento con lo que he hecho?, ¿podría haber hecho más?, ¿realmente me podría haber esforzado más?, ¿mis acciones han sido lo más beneficiosas y enriquecedoras posible tanto para mí como para los que me rodean?, ¿he hecho bien de verdad o simplemente he satisfecho mis necesidades y mi ego quedando bien a ojos de terceros?...
Creo que si empezáramos a ser sinceros con nosotros mismos, podríamos superarnos en todos los aspectos de la vida cada día, sobre todo en lo que tiene que ver con la formación de un correcto autoconcepto, y nos sería más fácil erigirnos en el ejemplo a seguir que tanto necesitan, y que tanto decimos que queremos ser, para los niños y niñas en cuestión de desarrollo moral y socialización.
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