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Cada vez son más frecuentes los casos en los que los padres se quejan de no saber cómo controlar a sus hijos, de que no les obedecen y de que incluso son los hijos los que llegan a mandar sobre los propios padres. La mayoría de estos casos refleja un problema muy presente en nuestra sociedad actual y es el hecho de que los padres no saben poner límites firmes a los hijos desde sus primeros años.
Establecer límites firmes no significa siempre echar mano de los castigos o métodos parecidos sino, al contrario, actuar con serenidad pero con firmeza y de manera consistente.
Para ello hay que tener muy en cuenta que el mensaje que se quiere transmitir al niño debe centrarse sobre su conducta, es decir, centrándonos en lo que queremos que haga o deje de hacer y decírselo de forma clara. Ejemplo: “No me interrumpas cuando hablo con otras personas”, esto sería lo correcto. Pero en muchos casos en vez de ir al grano se le dice: “no seas pesado” o “compórtate como un niño mayor”.
Hay que hablar con calma, no es necesario gritar, porque eso sólo dará a entender al niño que estás perdiendo los nervios y el control de ti mismo, por tanto, el mensaje no se lo tomará en serio.
Explicarle siempre al niño las consecuencias que acarrearán después sus actos, por ejemplo: “ya sabes que si te portas así de mal en el parque, el próximo día no vendremos”.
Y lo más importante. Actuar en consecuencia, ya que si el niño se da cuenta de que sus padres ante una situación actúan siempre como han acordado y no se contradicen, tendrá en cuenta la norma y la respetará.
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