El vínculo de apego debe entenderse como la construcción de una relación afectiva, donde la atención y los cuidados de la madre en las primeras etapas, va a favorecer la adquisición “poco a poco” desde un estado emocional adecuado, de los diferentes aprendizajes y, por tanto, de las primeras conductas autónomas.
El apego puede crearse con una o varias personas, pero siempre con un grupo reducido. La existencia de varias figuras de apego en el grupo familiar favorecerá un adecuado desarrollo afectivo, y no sólo la relación dual madre-hijo.
Frecuentemente se ha planteado desde la psicología, por qué algunas madres responden de forma más o menos sensible a sus bebés. Una respuesta bastante válida hace referencia a los recuerdos de las madres de sus propias experiencias infantiles. Una investigación realizada al respecto (Main y Goldwyn, 1.998) clasificaba a las madres en 3 grandes grupos:
- Madres autónomas. Estas madres se caracterizaban por presentar una imagen objetiva y equilibrada de su infancia, siendo conscientes de las experiencias positivas y de las negativas.
- Madres preocupadas. Se caracterizaban por su tendencia a explicar de forma extensa sus primeras experiencias vitales con un tono muy emocional y, en ocasiones, confuso.
- Madres indecisas. Estas últimas constituían un grupo que había experimentado algún trauma con la relación de apego y que aún no han resuelto. Es el caso de los niños maltratados o que han perdido alguno de los padres.
De este estudio se deduce que los recuerdos y sentimientos de las madres sobre su propia seguridad de apego se expresará en sus atenciones hacia su hijo y así influirá en su relación. Diversos estudios han comprobado que estas clasificaciones son bastante predictoras de las pautas de apego que formarán con sus hijos.
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